Jim Amaral

Galería der Brücke, Buenos Aires, Argentina. 1993.

Jim Amaral: sendero a las estrellas

Amaral sabe encontrar suficiente espacio en su complejo mundo interno para pintar paisajes lunares cargados de magia, horizontes de extraños contornos, y odas pictóricas a verduras y frutas casi irreconocibles a la luz de la noche. Sus pinturas rebosan de misterio y de metáfora; un maduro espíritu lúdico es su perspectiva personal sobre lo que corresponde poner en esas escenografías aparentemente desiertas. En sus comienzos, hace treinta años, su pintura se centraba en animales de campo erotizados; luego se concentró en sensitivos retratos del órgano predilecto de todo varón. La familia real del jardín de lo perverso de cualquier niño -el pene y los senos- era retratada con singular perfección, poro por poro. De a poco, una neutralidad no sensual se fue infiltrando en sus obras, y una poesía más profunda encontró su propia voz en sus fantasmales paisajes de verduras.

Durante más de tres décadas, Amaral ha llevado a cabo su búsqueda en una combinación alternada de agonía solitaria y reconocimiento público. Ha ido cavando cada vez más hondo dentro de sí mismo, excavando como un arqueólogo por debajo de las capas de su compleja personalidad, extrayendo como un minero brasileño pepitas de oro de creatividad de las cavernas más incognoscibles de su subconsciente. Sus esculturas recientes forman la síntesis de un singular sentido de lo fantasioso, una delicada destreza, arrebatos de genio artístico, y largas horas de concentración y de sudor.

—Edward Shaw, 1993 [Extracto de texto]. Traducción: Estela Lemesoff, Beatriz Vignoli