Qué esperan estas figuras de alas rotas y bra- zos retorcidos, estos hombres con las puertas del pecho abiertas y con inscripciones en sus cabezas, esos viajeros que anuncian un signo estelar que nunca se produce? ¿Qué esperan estos seres desolados, vigías de un espacio que jamás ofrendan sus luminosas señales y que siempre escamotean la clave sal- vadora? ¿En qué lugar se producirá el signo capaz de redimirlos? ¿Quién vendra desde la inmensidad con su milagrosa presencia a salvar a estas criaturas abatidas? ¿Qué esperan las perturbadoras imágenes de Jim Amaral, que no sean lo mismo que nos prometieron desde nues- tro origen balbuceante, que no sea el fin de la incomunicación existencial, que no sea la interrupción de nuestra soledad cósmica? Las esculturas de Amaral aguardan un mensaje, que ya lo sabemos, nunca se producira. Preten- den —lo arguímos— un secreto indescifrable, quizá develar la respuesta apocalíptica del espejo o la gran afirmación que poseé en su interior el misterio de todo nacimiento. Cuando el artista lanza su pregunta cósmica, existencial, hierática, nosotros creemos ob- servando sus conmovedoras creaciones, que al- guien irrumpirá de lo invisible con la salvado- ra luz que estamos hace milenios esperando. Revista Común Presencia 9 Máscara luna, (detalle), 1998; bronce, 14×46×13.5 cm; JA-195.
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